Ni los árbitros ni los jueces deben ser electos por voto popular
El árbitro es siempre el personaje más odiado en un partido de futbol. Sus decisiones quizá sean aplaudidas en un momento por algún equipo y sus simpatizantes, pero serán rechazadas con furia por los rivales; la situación, sin embargo, puede revertirse después, si la siguiente decisión favorece a los que antes salieron perjudicados.
Es muy común que un buen árbitro termine siendo odiado por todos. “El árbitro es arbitrario por definición”, escribía el uruguayo Eduardo Galeano. “Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él… Cuanto más lo odian, más lo necesitan”.
El árbitro nunca debe buscar ser popular porque perdería su imparcialidad y todos los equipos y aficionados saldríamos perjudicados. Un árbitro puede cometer errores, como cualquier ser humano, pero estos deben ser producto de un esfuerzo honesto por aplicar las leyes de la manera más justa posible. Si los árbitros fueran electos por voto popular, prometerían en campaña favorecer a los equipos con más seguidores y al final se perdería la equidad en las canchas de juego.
Lo mismo sucede con los jueces. Estos no deben hacer campaña para obtener su cargo: deben ser seleccionados en razón de sus conocimientos jurídicos y su imparcialidad. No deben ser destituidos por sus fallos tampoco, siempre y cuando demuestren que se ajustaron a las leyes.
Pedir que los jueces o los árbitros sean electos por voto popular es no entender la naturaleza de su trabajo. Un buen juez, como un buen árbitro, será seguramente odiado, pero quizá eso signifique que está actuando con justicia e imparcialidad.