Descripción
En el antiguo, discreto panteón de San Fernando, que alguna vez estuviera casi al cabo de la ciudad de México y hoy se encuentra en su centro, corazón transitado y bullicioso, se localizan las tumbas de algunos mexicanos notables. El panteón recibe la visita de curiosos que caminan en torno a los monumentos y especulan sobre la identidad, la vida, la suerte de los hombres y las mujeres cuyos restos se hallan al pie de las leyendas labradas en piedra. También acuden alumnos de escuelas, generalmente públicas, que toman nota de lo que miran e imaginan. Alguna vez he visto a un padre de familia conducir en ese laberinto a sus hijos, entre impacientes y asombrados, con el aire de quien alecciona a los jóvenes sobre la república que tuvimos y los previene sobre la que quizás tendremos.Entre esas tumbas solemnes, algunas eminentes, otras recatadas, figuran el mausoleo de Benito Juárez, que reposa al lado de doña Margarita, unidos en la muerte como en la vida, y de algunos de los hijos que hubieron de su matrimonio. En el monumento, Juárez yace en brazos de la patria, que lo contempla amorosa. A ese lugar llegó, con solemne cortejo, desde el aposento que ocupaba en Palacio Nacional el día de su muerte. Al final de los acuerdos de esa jornada, ''se dedicó sin interrupción -escribe Roeder- al gran negocio que tenía en manos: morir. Una vez más se reconcentró para la lucha invisible (...) En la mañana se supo que había dejado de existir, pero nadie le vio morir''.
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