Descripción
Entre 1933 y 1936, Marion y Grace Greenwood, dos hermanas de Brooklyn, Nueva York, pintaron cinco murales en México, y esto las convirtió en las primeras auténticas mujeres muralistas en el país. Eran muy pocos los precedentes: en 1929, la norteamericana Ione Robinson trabajó como asistente de Diego Rivera en Palacio Nacional, y en 1930, Isabel Villaseñor asistió a Alfredo Zalce en el mural externo para una escuela rural. En ambos casos, sin embargo, fueron los hombres quienes diseñaron y dirigieron por completo la obra. Muchas mujeres jugaron papeles destacados, como inspiradoras o promotoras, en el desarrollo del llamado renacimiento mexicano de los años veinte y treinta (Inés Amor, María Asúnsolo, Anita Brenner, Alma Reed, Antonieta Rivas Mercado y Frances Toor, entre otras). Pero pocos investigadores se han preguntado por qué las mujeres tuvieron tan escasa presencia como creadoras de arte público en México. Podría pensarse que la mayoría de las mujeres artistas de los años posrevolucionarios, no estaban interesadas en arte público, como algunos de sus contemporáneos varones, adoptaron estrategias más íntimas, menos didácticas. Quizá sea cierto que el muralismo representó el poder masculino y que los artistas se resistían a ceder a las mujeres los pinceles gruesos y los vastos espacios murales porque esto hubiera significado para ellos perder parte de la potencia real o simbólica que habían adquirido. María Izquierdo, por ejemplo, vio frustrado su intento de pintar un mural para el Departamento del Distrito Federal (DDF) en 1945, y quedó resentida ante el dominio de los tres grandes.
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