Descripción
Los malos de la historia: Gustavo Díaz Ordaz «Los sombreros enormes se estorban entre ellos, el gentío trae puestas camisetas que presumen el verde nacional, el entusiasmo se desboca, y en las tiendas de electrodomésticos los televisores encendidos están a punto de dar cuenta del evento que ha estado acaparando la curiosidad y el apetito para entender cómo se puede armar la alegría. Es el sábado 30 de mayo de 1970, el llamado Coloso Azteca está a reventar, aquel que fuera inaugurado cuatro años atrás, con la confrontación entre el América y el Torino, que arrojó un equilibrio poco alentador de dos goles contra dos. Ahora es distinto: han arribado delegaciones de 15 naciones, con la local, 16, la copa Jules Rimet estará en disputa durante 23 días no solo en el Distrito Federal: también los estadios de Guadalajara, Toluca, Puebla y León tendrán su locura. Luego del desfile y de las ovaciones constantes, aparece en los televisores el rostro agotado de Gustavo Díaz Ordaz, tenso, serio, como si se tratara de un mecanismo inanimado y, con voz desgastada, anuncia: “Declaro solemnemente inaugurado el noveno Campeonato Mundial de Futbol, Copa Jules Rimet”. pareciera que alguien le ha robado las emociones. Como es costumbre, además de los aplausos y gritos, la rechifla invade, aquel tono de “chinga tu madre” no deja de ser un coro que se repiteconstantemente, por ello Gustavo solo voltea de un lado para el otro, tieso, absorto, como si a los engranes de su cuello les faltara aceite. Los primeros equipos rivales —México, el anfitrión, contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas— están ya moviendo las piernas, ansiosos de que el esférico toque el pasto, ante la expectativa de que se escuche el primer pitazo del árbitro, la figura del presidente queda en segundo plano, invisible, incluso ya sin el rechazo acostumbrado».
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