A los niños de esta generación les han tocado tiempos difíciles. La pandemia los ha mantenido encerrados en una edad en que la interacción con otros es muy importante. Han tenido también que enfrentar la muerte por Covid de muchos familiares, vecinos o conocidos.
Los padres están preocupados. A ellos no les tocó experimentar estos traumas. La última gran pandemia mundial fue la de Gripe Española, en 1918-1920. Ni entonces, sin embargo, hubo encierros como los que hoy se han decretado.
Los niños son bastante más resistentes y adaptables de lo que piensan los padres modernos. Durante siglos vivieron, y participaron, en guerras; presenciaron también muertes cercanas, cuando no había antibióticos ni muchas otras medicinas que hoy han permitido alargar el promedio de vida. La violencia y las muertes pueden dejar cicatrices emocionales, pero los niños siempre han encontrado formas no solo de sobrevivir sino de salir fortalecidos de las dificultades y las tragedias.
Lo mejor que pueden hacer los padres que hoy se angustian es dejar que los pequeños conozcan todo lo que está pasando. Ocultarles información, con la idea de protegerlos, termina por hacerles más daño. Un niño tiene que aprender a enfrentar momentos difíciles y la única manera de hacerlo es dejando que conozca los problemas y entienda que puede superarlos.