Aristóteles, el filósofo griego, consideraba el equilibrio como una condición necesaria para el bienestar, no solo físico sino espiritual. Encontrar el justo medio, el mesotés, era necesario para evitar los extremos y asegurar una buena conducta moral y un buen estado de salud. No fue el estagirita, como se le conocía por su lugar de origen, el único filósofo en defender la idea del equilibrio. Lao-tsé, o Laozi, el pensador chino, también defendía la necesidad de lograr un equilibrio entre los opuestos, entre el yin y el yang, para alcanzar el bienestar pleno.
Han pasado siglos, incluso milenios, pero este principio se mantiene. Lo sabemos quienes nos preocupamos por la salud de los individuos y de la sociedad. El camino al bienestar no radica ni en los excesos ni en la austeridad radical, sino precisamente en ese justo medio del que hablaba Aristóteles.
No se trata de pasar del ocio total a correr maratones todos los días, ni de ser abstemio o borracho, ni de trabajar sin parar o rechazar cualquier empleo. Lo importante es encontrar ese balance que genera bienestar.
Esta es una verdad no solo para los individuos sino para las sociedades. Un gobierno que no gasta en los servicios que el pueblo necesita no será nunca bueno, pero tampoco uno que gasta en exceso y provoca crisis económicas. Un régimen que no tiene el valor para aplicar la ley generará anarquía, pero uno que quiere controlarlo todo y reprime a los ciudadanos será una dictadura. También en los asuntos públicos se requiere equilibrio.