Las comparaciones entre la pintura y la literatura han sido tradicionalmente un terreno fértil en metáforas. Una de ellas, atribuida a Simónides de Ceos, dice que la pintura es poesía muda y la poesía, una pintura parlante. El paralelo tiene sus complejidades pues una pintura parlante nos presenta un objeto palpable que posee una cualidad, mientras que una poesía muda nos muestra otro, no precisamente físico ''pues la poesía no existe sino en el lenguaje'' que tiene el defecto de la mudez. Leonardo da Vinci, en desagravio a esta comparación desventajosa para los pintores, propuso que, si la pintura era considerada una poesía muda, ¿por qué no se pensaba que la poesía era una pintura ciega? Con el paso del tiempo, la relación ha ido sufriendo modificaciones notables, en las que han intervenido no sólo discusiones sobre la primacía de un sentido u otro, sino tópicos como la división de las artes en ''artes del tiempo'' y ''artes del espacio'', el papel de la mímesis, los modos de representación y las posibilidades de lenguajes híbridos, lo cual ha aumentado su complejidad y riqueza. Esta tradición tiene una continuidad notable: los escritores siguen aproximándose a la pintura, atraídos por las imágenes, los pintores a la poesía, seducidos por las palabras, y los críticos a la relación, intrigados por su génesis, sus mecanismos y su evolución.
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